En el barrio de La Perla, Sol Lavítola y Lucas Manso dan vida a marionetas y títeres. Cuenta cómo es el arte y qué busca con esos pequeños personajes que pasea cada verano por Yrigoyen y Rivadavia.
por Paola Galano
@paolagalano
Gastados, con gesto de pequeños seres buenos, artesanales por donde se los mire, los muñecos de Sol Lavítola y Lucas Manso contienen la esencia de lo antiguo, de ese mundo que se adivina de abuelos inmigrantes o ancestros europeos o valijas de universos paralelos. Salidos de algún cuento, seguro hunden su abolengo en la estirpe de Gepetto, el carpintero que hizo humano a su muñeco de madera en el fantástico cuento.
Generan “empatía”, asegura Sol, quien desde hace más de diez años trabaja junto a Lucas en un taller de construcción de marionetas, uno de los pocos que hay en Mar del Plata. Los muñecos empatizan rápidamente con los espectadores. Como Antonia, como “El violinista”, como “La cantante”, como Simón, un señor despeinado que abraza una botella y que no duda en empinarla cada vez que puede. Simón camina con sus pantalones gastados y su saco de otro tiempo y saluda.
“Estaba en la calle con mi espectáculo y la marioneta de Simón y se acerca un borracho -recuerda la marionetista-. Estaba muy alcoholizado, gritaba. Yo pensé que no me iba a dejar hacer el espectáculo, saludaba a la marioneta. Cuando terminé, estaba quietito, muy sucio y buscando algo en los bolsillos. Me tiró un bollito de plata. Fue lindo ver que se podía emocionar, que alguien que estaba pasando un mal momento se podía emocionar”.
Contundente y serena a la vez, Sol cuenta cuál es su intento: “Que los personajes sean humanos, que sensibilicen”. Por eso trabaja con las frustraciones del hombre, con los sueños y con todos los temas en cuanto dilemas universales de los y las humanas. Y lo hace desde el taller Anima, ubicado en La Perla. Un nombre poco casual: animar es dar vida.
“El tema de los hilos”
Taller con máquinas, agujereadoras, caladoras, restos de madera y materiales varios, Anima “arrancó hace más de diez años, once, este es el tercer espacio que ocupamos como taller”. Y sigue: “Empezamos con Hazmereir, en un galponcito, en un entrepiso, después compartimos el espacio con El foco y el próximo paso fue tener este espacio ya solos, destinado a la construcción de muñecos y de material escenoplástico”.
Desde Anima surgen talleres para jóvenes y adultos. La idea es transmitir el oficio, de manera seria, aprender a hacer títeres y marionetas de hilo, aunque estas últimas encierren su complejidad. “Las marionetas tienen como dificultad el saber dominar la máquina, y además tienen el tema de los hilos, el comando… es algo que todavía nosotros estamos explorando, porque es una de las técnicas más complejas. Seguimos investigando, ensayando, es prueba y error, porque las marionetas son como una especie de instrumento”.
– ¿Entonces vos serías una luthier?
– Es una comparación linda, sí, podría decirse que una marioneta es un instrumento de cuerda, por los hilos.
– Instrumentos con mucha magia…
– Sí, son mágicos, como toda actividad artística que uno hace con pasión y con entrega… tiene que producirse la magia para que el otro pueda encontrarse, después tienen una cuestión técnica que lejos de la magia es técnica y que requiere frialdad y seriedad para trabajar. Recién pensaba qué hermoso es este oficio, cuánto me alegra poder sostenerlo, a pesar de lo difícil que es dedicarse al arte, más en los tiempos de crisis lo importante es no abandonar lo que uno ama y poder sostenerlo… para mi es una suerte.
– ¿Cuánto de infantil tiene una marioneta?
– Esa es la eterna discusión, podrían asociarse más al público infantil, pero en realidad los títeres de guante nacen como una necesidad de la sociedad de cuestionar cosas, son bastante contestatarios en su tradición. Hay personajes que son problemáticos, se pude decir que son para chicos pero son para público en general. A mí me gusta ver títeres que están destinados a todo público, a los seres humanos, no encasillarlos, ni para adultos ni para chicos, es una expresión del teatro.
Sol aprendió de manera anárquica este oficio antiguo y poderoso. Su maestro más cercano fue Pepe García, con quien hizo talleres y compartió giras por varios escenarios bonaerenses. Más tarde se especializó con otros maestros. El último fue Rafael Curci, un uruguayo radicado en Brasil que vino a seguir enseñando que el teatro de títeres mantiene el efecto de lo artesanal, de lo hermosamente orgánico. “No dejan de ser objetos inanimados a los que uno les da vida”, asegura ella, que todos los veranos es una de las que apuesta a sensibilizar a turistas y marplatenses desde la esquina de Rivadavia e Hipólito Yrigoyen. Allí se instala, menuda de cuerpo, enorme calidez.
“Hice algunas adaptaciones, como Don Giovanni con marionetas, la ópera de Mozart, pero me cuesta mucho trabajar con textos, el trabajo de la voz es algo que dejé de hacer. Me resulta más placentero poder prescindir de la voz y como tengo un gusto muy fuerte por la música, me parece interesante también poder amalgamar el teatro y la música, que tienen mucho en común”, desliza. Antes de los títeres, el estudio del chello y de la música clásica en general le permitieron conocer a compositores que crearon música especialmente para obras con muñecos. “Me gusta encontrar ese paralelismo entre música e imagen”.